Han pasado 18 años desde que el agua lo cubrió casi todo en Tabasco, fue octubre de 2007 cuando la naturaleza puso a prueba la fortaleza de un pueblo entero. La llamada “Gran Inundación” dejó cicatrices profundas en la tierra del Edén, pero también marcó el inicio de una historia de resistencia, solidaridad y esperanza que hoy sigue viva en la memoria colectiva.




El desastre fue provocado por una combinación de factores: lluvias atípicas, desbordamiento de los ríos Grijalva y Usumacinta, y el desfogue de la presa Peñitas, que vertía millones de litros por segundo. En solo cinco días llovió casi lo equivalente a medio año, dejando a más del 70% del territorio bajo el agua.
Villahermosa, la capital quedó sumergida sus calles se convirtieron en ríos, los autos en sombras bajo el lodo, y las familias, en improvisados navegantes sobre techos y canoas. Más de un millón de personas fueron afectadas, y medio millón perdió su hogar, las imágenes de aquellos días siguen siendo símbolo del dolor, pero de la unión del pueblo tabasqueño.
El Ejército Mexicano, voluntarios y cuerpos de rescate de todo el país llegaron con víveres y esperanza en cada centro de acopio, en cada albergue, se tejieron historias de humanidad que hoy son parte del alma. El olor del lodo y del café caliente acompañaba las largas noches de incertidumbre, mientras el río seguía creciendo.
La pérdida fue inmensa: 168 mil viviendas dañadas, 17 municipios declarados zona de desastre, 3,400 escuelas y 127 hospitales afectados, además de carreteras y cultivos arrasados. Se estimaron pérdidas por más de 31 mil millones de pesos, uno de los golpes económicos más duros en la historia reciente del país.
Sin embargo entre la tragedia, nació una fuerza colectiva, cuando las aguas bajaron, los tabasqueños comenzaron a reconstruir con lo que quedaba: un bloque, una puerta, una sonrisa. “Tabasco no se rinde”, decían las pancartas improvisadas era más que una frase, era un grito de resistencia.
La inundación de 2007 cambió la manera en que el estado mira al agua a raíz de ello se implementó el Plan Hídrico Integral de Tabasco (PHIT), que buscó reducir riesgos futuros. Lo cierto es que desde entonces, cada temporada de lluvias revive el recuerdo y el temor.
Hoy, en 2025, los ciudadanos miran atrás con una mezcla de tristeza y orgullo. Muchos aún recuerdan aquel 27 de octubre cuando el río entró a sus casas sin aviso, otros evocan cómo entre lodo y esperanza, rescataron animales, retratos, juguetes, trozos de vida.
A 18 años, la “Gran Inundación” no solo se cuenta en cifras. Se siente en las historias de quienes sobrevivieron, en la gratitud hacia quienes ayudaron, y en la certeza de que es un pueblo que aprendió a renacer del agua.




