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El alma de las posadas: El origen milenario de las piñatas de barro y su legado en Tabasco

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¿Alguna vez te has detenido a escuchar el sonido único de una olla de barro al romperse en una posada? No es solo el anuncio de que los dulces están por caer; es el eco de una historia milenaria que ha viajado por continentes para convertirse en el corazón de nuestra identidad. Aunque hoy las versiones de cartón dominan los mercados por su ligereza, las piñatas de barro guardan un misticismo y una tradición que nos conecta directamente con nuestras raíces más profundas.

El viaje de este símbolo festivo comenzó mucho más lejos de lo que imaginamos, según los relatos del explorador Marco Polo, el origen de las piñatas se encuentra en la antigua China, donde se utilizaban figuras de animales rellenas de semillas para celebrar la llegada del año nuevo. Esta costumbre viajó hasta Italia y España, pero fue en México donde encontró su forma definitiva y un significado espiritual que transformó las festividades para siempre.

Sin embargo antes de que los europeos trajeran su versión, en el México prehispánico ya existían rituales sorprendentemente similares. Los mayas con su profunda conexión con la tierra, acostumbraban romper recipientes de barro rellenos de cacao para agradecer las cosechas. Por su parte, los mexicas decoraban ollas de barro con plumas y piedras preciosas para celebrar el nacimiento de Huitzilopochtli, el dios del sol, durante el mes de Panquetzaliztli.

Fue en el siglo XVI, específicamente en Acolman, Estado de México, donde los frailes agustinos fusionaron estas antiguas prácticas para crear la piñata de siete picos. Esta pieza nació como una ingeniosa herramienta de evangelización: cada pico representaba un pecado capital y el papel brillante simbolizaba la tentación del mal, romperla con los ojos vendados significaba la fe ciega que destruye el pecado para recibir las bendiciones divinas.

En nuestro bello estado, la tradición de la piñata de barro se resiste a desaparecer gracias al talento de manos artesanas. En comunidades como Miguel Hidalgo, en Comalcalco, el mes de diciembre transforma los hogares en talleres vibrantes. Aquí, el proceso es un acto de paciencia: desde moldear el barro y hornear la olla, hasta vestirla con engrudo y papel de china multicolor en un ritual que involucra a familias enteras.

La elaboración de estas piezas es una artesanía local fundamental que sostiene la economía de muchas regiones del estado. Para un artesano, el barro no es solo material; es tierra sagrada que cobra vida, elegir una piñata de barro para nuestras posadas en Villahermosa o los municipios es una forma de honrar ese esfuerzo manual y asegurar que el oficio de la alfarería festiva pase a las siguientes generaciones.

A diferencia de las versiones modernas, tiene un simbolismo especial ligado a la naturaleza al romperse, la olla regresa simbólicamente a la tierra, cumpliendo un ciclo que los antiguos mesoamericanos entendían perfectamente. Es un recordatorio de que para obtener los frutos y la abundancia, a veces es necesario romper con lo viejo y lo rígido, permitiendo que la alegría se derrame sobre la comunidad.

Si buscas una pieza auténtica para este diciembre, el Mercado Público José María Pino Suárez es un punto de encuentro obligado. Entre el bullicio de la capital, los locales de artesanías exhiben estas joyas de barro que, por su peso y textura, ofrecen una experiencia de juego mucho más emocionante y tradicional que cualquier alternativa plástica o de cartón.

Para quienes buscan una experiencia más directa con el productor, un viaje a Comalcalco ofrece la oportunidad de ver cómo las ollas son decoradas a mano. Es fascinante observar cómo el papel de colores se convierte en escamas, plumas o pétalos, transformando un simple objeto de barro en una obra de arte efímera que será el centro de atención de cualquier reunión familiar o vecinal.

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Finalmente, este diciembre te invitamos a rescatar el sonido del barro, al comprar una piñata tradicional, estás llevando a tu hogar siglos de historia, desde la ruta de la seda hasta los templos de los mexicas y los talleres de Tabasco. Que en cada «¡dale, dale, dale!» resuene la voz de nuestros antepasados y la alegría de una cultura que sabe convertir el barro en una explosión de color y esperanza.

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