En momentos de angustia cuando todo parece perdido la fe emerge como guía así ocurrió recientemente en Nacajuca, Tabasco donde una comunidad entera unió esfuerzos para localizar a dos menores arrastrados por la corriente del río Samaria. Más allá de la búsqueda técnica una antigua tradición conocida como el “ritual de la veladora” se convirtió en la última esperanza y en la clave para el hallazgo del segundo cuerpo.
Esta práctica también llamada “vela buscadora” consiste en colocar una vela encendida sobre un plato de unicel o un recipiente flotante. Tras una oración cargada de intención se deja que la corriente del río guíe la flama si esta comienza a girar y luego se apaga se cree que indica el lugar donde se encuentra el cuerpo sumergido creencia popular ha sido transmitida por generaciones y es parte del legado espiritual en diversas regiones ribereñas del país especialmente en Veracruz, Tabasco y zonas del sur de América Latina.
El caso reciente en Tabasco volvió a traer esta práctica a la conversación pública tras varias horas sin resultados con los métodos convencionales los pobladores decidieron recurrir a la técnica de la vela. Vecinos aseguran que la flama avanzó lentamente hasta detenerse frente a un árbol caído en el río San Cipriano donde finalmente fue hallado el cuerpo del menor desaparecido el hallazgo ocurrido dos días después del accidente generó una mezcla de alivio, conmoción y respeto por la sabiduría ancestral de los pueblos.
Aunque carece de respaldo científico no puede ser ignorado en comunidades donde la tecnología no siempre alcanza o donde el dolor supera toda lógica, la fe se convierte en una brújula emocional. Este tipo de prácticas reflejan la profunda relación entre el ser humano, la naturaleza y el misterio que aún guardan las aguas.
Además del plato flotante y la vela en otras versiones del ritual como en Santa Elena, Argentina se incorpora un papel con el nombre del desaparecido o migas de pan con el fin de observar los patrones de movimiento en el agua estos elementos refuerzan la carga simbólica del acto que se vive con solemnidad y esperanza.
Este caso de Nacajuca no solo habla de una tragedia, del poder de la colectividad del valor de las creencias populares y de cómo la cultura puede ser una herramienta de búsqueda y consuelo. El ritual de la veladora no busca reemplazar la ciencia, aportar luz cuando la oscuridad parece inevitable.
